Todo empieza sin que te des cuenta. La ausencia de un mensaje, el silencio al otro lado del teléfono, las preguntas sin contestar.
El buzón vacío y el café encima de la mesa, humeando en perpetua espera.
Es apenas imperceptible pero se cuela entre las rendijas de la puerta, anida en las esquinas del armario y monopoliza la soledad.
Las mañanas se vuelven cada vez más frías aunque fuera brille el sol. Se te congelan las puntas de los dedos mientras intentas recomponerte frente al espejo. Apenas te reconoces. El paso del tiempo, la mella de la tristeza, las huellas que deja la nostalgia entre las comisuras de tus labios hace que sea cada vez más difícil enfrentarte a tu aspecto.
Ves grietas, ves vacíos, ves silencios.
Y todo pasa sin que te des cuenta. De repente, comerte una tostada con mantequilla y mermelada de fresa confitada deja de hacerte ilusión. De repente la idea de salir de casa y ver a la cara al cielo, deja de ser motivación. De repente la mera idea de salir de la cama y enfrentarte al frío, te da miedo.
El invierno se cuela por cada abertura y te cala desde dentro. Y te preguntas si en algún momento dejó de ser invierno. Si en algún momento la sensación de echar de menos dejó de apretarte el corazón. Si el anhelo del recuerdo dejó de estrujarte las entrañas hasta dejarte sin respiración. Y abres los ojos, pones un disco cualquiera de Lana del Rey, te sientas en la mesa de la cocina y ves cómo caen las hojas de los árboles. Y levantas la taza de café, ya fría por la espera, y rozas tus labios con ella.
Y vuelve a pasar sin que te des cuenta. El sol empieza a colarse entre las ramas de los árboles. Rayos de luz. Cálidos, feroces, despiadados. Se hacen sitio a la fuerza en tu pecho. Te calientan los pulmones, te mecen el corazón. Y de repente notas el brillo de un pequeño capullo en una rama olvidada y piensas que tal vez tú también eres como esa flor.
Aguantando el invierno, dormida, esperando que pase el frío, que cese la tormenta, que amaine el temporal. Recogida, arropada y protegida de las inclemencias del tiempo, del dolor del vacío, la nostalgia del recuerdo y esperando. Esperando a que todo pase para poder, una vez más, darle los buenos días al sol y salir. Salir al cálido abrazo de la promesa, la perenne promesa de que mañana todo irá mejor.
Y te tomas el café de un trago, te pones tu vestido rojo y te alborotas el pelo. Te miras al espejo y puede que sigas rota pero al menos sabes que hoy salió el sol y te arrulló el corazón. Y con eso basta.
Me ha encantado el relato